martes, 9 de noviembre de 2010

Homilía Cardenal Fiesta de la Almudena 2010

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:


Quisiera agradecer, al comienzo de esta Homilía, la presencia de la Señora Presidenta de la Comunidad, y del Señor Alcalde de Madrid, que un año más ha renovado el Voto de la Villa, así como la participación en esta solemne Eucaristía de las demás Autoridades civiles y militares.

1. Celebramos de nuevo la Solemnidad de nuestra Patrona Nuestra Señora de La Almudena en este año 2010 con los mismos sentimientos de devoción, veneración y amor a la Virgen que desde tiempo inmemorial –por lo menos, desde el 9 de noviembre del año 1085, el primer siglo del segundo milenio de nuestra historia– le viene profesando con un creciente fervor Madrid, esta entrañable ciudad: “su Ciudad”, ¡Ciudad de la Virgen y Ciudad de España!

Sabemos “de su protección maternal”, nos confiamos a su Inmaculado Corazón con la sencillez y la seguridad propia de los buenos hijos y abrigamos la certeza de que en este año difícil –¡muy difícil!–, el año 2010, nos ayudará por su intercesión como lo pedíamos en la Oración Colecta a entregarnos al servicio de Dios Nuestro Señor y a proclamar la gloria de su nombre con obras y palabras: con toda nuestra vida; la Gloria del Dios que se “ha hecho Dios con nosotros” en Jesucristo y por Jesucristo, Nuestro Salvador. Porque la Gloria de Dios es la gloria del hombre. Cuando el hombre cree y pretende lograr gloria, triunfos, éxitos, autorrealización al margen de la ley y de la gracia de Dios e, incluso, en su contra, el fracaso está servido para la eternidad y para la historia ¡en esta vida y en la otra!

2. Año muy difícil –decíamos– este año 2010. La crisis económica ha golpeado dolorosamente en la existencia diaria de muchos madrileños. ¡Cuántos han perdido su puesto de trabajo! ¡Qué empinado es el camino para los jóvenes que buscan su primer empleo! Y cuántas son las familias en las que las rupturas matrimoniales y el cerrarse al don del amor y de la vida les han infligido una profunda herida que las parte y desgarra en lo más íntimo de sí mismas, y de las que son víctimas principales los niños y los ancianos.

Un año difícil, pero no sin posibilidades y perspectivas para los que miren el futuro lejano y próximo con los ojos de la fe y con el alma abierta a la esperanza cristiana. Sí ¡hay crisis!, pero también hay y abundan corazones que en este Madrid nuestro del año 2010 muestran y demuestran con el testimonio irrefutable de lo que viven y de lo que aman cómo el amor de Dios, derramado en nuestro interior el día de nuestro Bautismo, brota y fluye con desbordante generosidad en el servicio heroico a los pobres y más necesitados y en la fidelidad de tantos matrimonios y familias cristianas a su genuina vocación –humana y divina a la vez– de ser hogar donde fructifica la vida porque se siembra y florece el verdadero amor, cuidado y practicado paciente y perseverantemente. El Papa expresaba esta verdad de la relación esencial y constitutiva que existe entre el amor humano y la apertura al don de la vida, con admirable concisión y belleza, anteayer, en su Homilía de la Dedicación del Templo de la Sagrada Familia en Barcelona: “el amor generoso e indisoluble de un hombre y de una mujer es el marco eficaz y el fundamento de la vida humana en su gestación, en su alumbramiento, en su crecimiento y en su término natural. Sólo donde existen el amor y la fidelidad, nace y perdura la verdadera libertad”. Nace y perdura la vida humana con dignidad y respeto a su valor verdadero que trasciende los intereses y consideraciones egoístas de los particulares, de las sociedades y de la comunidad política. Por eso el Papa pedía que “el hombre y la mujer que contraen matrimonio y forman una familia sean decididamente apoyados por el Estado; para que se defienda la vida de los hijos como sagrada e inviolable desde el momento de su concepción; para que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente. Por eso, la Iglesia se opone a todas las formas de negación de la vida humana y apoya cuanto promueva el orden natural en el ámbito de la institución familiar”. Por eso, se despedía el Papa de los niños y jóvenes discapacitados acogidos, cuidados y educados por la Obra del Niño Dios al finalizar su visita a Barcelona, “dando gracias a Dios por vuestras vidas, tan preciosas a sus ojos”. Antes había oído las palabras del adolescente mongólico diciéndole que le querían y que querían ser queridos.

3. Sí, precisamente las palabras de nuestro Santo Padre y su Magisterio en Santiago de Compostela y en Barcelona, en los dos intensos y gozosos días de su Visita Apostólica a España, nos han llenado de luz la mirada de nuestra fe y de nuestra razón para discernir, comprender y abordar el presente con la claridad y la certeza de la esperanza que se funda en las promesas firmes de Dios y en su cumplimiento a través de la Gracia de Jesucristo que la ofrece y la dona constantemente en su Iglesia a quien no cierre deliberadamente su conciencia a ella.

4. ¡Claro que hay salidas para las crisis de nuestro tiempo! Si el hombre se hace peregrino de la verdad en lo más íntimo de su ser, la busca sinceramente y la abraza con todas sus consecuencias, las más duraderas, aunque quizá no las más espectaculares, no se harán esperar. Si reconocemos que las causas más profundas de la crítica situación que padecemos y sufrimos en la actualidad, son de naturaleza moral, espiritual y religiosa nos encontraremos y moveremos en la buena e imprescindible dirección. El Papa ya lo advertía el verano pasado en su Encíclica “Caritas in Veritate” y lo ha vuelto a manifestar para nosotros, los hijos de la Iglesia en España, en las dos apretadas y emocionantes jornadas de Santiago de Compostela y Barcelona. “Es una tragedia nos decía el Papa en su Homilía de la Plaza del Obradoiro que en Europa, sobre todo en el siglo XIX, se afirmase y divulgase la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad. Con esto se quería ensombrecer la verdadera fe bíblica en Dios: que envió al mundo a su Hijo Jesucristo a fin de que nadie perezca, sino que todos tengan vida eterna” (Cf. Jn 3,16). En esta Europa, de la que hablaba el Papa, es obvio, y exigencia de la sinceridad que debemos incluir a España; y aunque parezca paradójico e, incluso mentira tener que decirlo, una España que es la de Santa Teresa de Jesús, la Santa española y universal del “Sólo Dios basta”. Porque –nos recordaba Benedicto XVI– “solo Él es absoluto, amor fiel e indeclinable, meta infinita que se trasluce detrás de todos los bienes terrenales y bellezas admirables de este mundo: admirables pero insuficientes para el corazón del hombre”.

5. Sí, saldremos de la crisis, si hacemos un nuevo camino de conversión a Dios: ¡a su ley y a su gracia! Ley y Gracia de Dios, reveladas y donadas plenamente en Jesucristo. Ley y Gracia que nos hacen comprender y realizar la verdad profunda del hombre, de la sociedad –¡de todas las cosas!- en el amor. Por ese y para ese objetivo específicamente eclesial y pastoral como ningún otro, el Papa ha convocado a los jóvenes de la Iglesia en todo el mundo para la cita de la Jornada Mundial de la Juventud que se celebrará D. m., en la tercera semana de agosto del próximo año 2011, en Madrid: en “nuestro querido y viejo Madrid”, como cantamos en el Himno de Ntra. Sra. de La Almudena; pero siempre preparado y dispuesto a rejuvenecerse con la fuerza sobrenatural y la alegría de la esperanza cristiana, firme en la fe de su tradición cristiana, tan viva y vigorosa en sus jóvenes del año 2010, como se pudo vivir y sentir ayer noche en nuestra Catedral, en la hermosísima Vigilia de oración y contemplación al lado de la Virgen, templando y encendiendo sus jóvenes corazones para la celebración de esa gran Jornada de fe y amor a Cristo. En su despedida en el Aeropuerto del Prat de Barcelona, el adiós del Papa a España se olvidaba de la nostalgia y se transformaba en un alegre y alentador “¡Hasta la vista en Madrid!”. Presente y futuro próximo de Madrid que la Fiesta de la Almudena nos invita a afrontarlo con la responsabilidad de los que han recibido la vocación y la misión de ser testigos auténticos de la esperanza cristiana en medio de los dolores y penas de sus hermanos, de los que están cerca de nosotros y de los que se han marchado, reconfortándoles y animándoles a todos a alzar la mirada a quien nos puede alumbrar un futuro de justicia, de solidaridad, de amor y de paz, a Jesucristo Resucitado, nuestro Señor y Salvador.

6. La Virgen, la Madre del Señor y Madre nuestra ¡“orgullo de nuestra raza”! como cantaba el salmista, habita aquí en esta Iglesia que peregrina en Madrid. Viene a “habitar dentro de ti”, como profetizaba Zacarías. Más aún, “Ella, como Madre de Jesucristo y Madre de la Iglesia es, en primer y decisivo lugar, la morada de Dios con los hombres”. Ella intercederá eficazmente para que en el próximo año se cumpla entre nosotros la nueva Profecía del Apocalipsis: “Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Y no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado”. María, la Virgen de La Almudena, haciendo suyo el encargo de su divino Hijo, nos llevará de la mano, como a Juan junto a la Cruz, a su Casa, la del Cielo, la del “nuevo mundo”, que buscamos, tratando de darle forma en la tierra para gozarlo de lleno y eternamente en el Cielo. Ese “nuevo mundo” que brillará como una luminosa, atrayente, prometedora y transformadora realidad, en la JMJ 2011 por el testimonio de una Iglesia, siempre más joven “en espíritu y en verdad” que se apoya en la cercanía y en la protección maternal de María y que con el Papa presidiéndola en la caridad, mostrará al mundo, en sus jóvenes, el gozo de vivir el Evangelio de Jesucristo. Jóvenes “arraigados y edificados en Cristo. Firmes en la fe”.