domingo, 31 de marzo de 2019



En el IV domingo de Cuaresma cada año festejamos el domingo leatare, un domingo de la alegría. Un domingo que tiene todo su sentido y en el que podemos comprobar la delicadeza y la ternura con la que nuestra Madre Iglesia nos trata y nos cuida y nos acompaña. (...) La Cuaresma no es un tiempo triste, es un tiempo de penitencia, de sacrificio, pero es un tiempo alegre porque por mucho que tu hayas descubierto en tu corazón, por muchos pecados terribles y que te avergüenzas y que no quieres que nadie los sepa… Son un granito de arena comparado con la misericordia inmensa de Dios, cómo no te vas a alegrar.

Le damos gracias por plantearnos este domingo de la alegría y hacerlo con este evangelio, esta parábola tan conocida por todos, y que se me ocurrían tres títulos para darle. Uno de ellos es el clásico que conocemos todos, “El hijo pródigo”, otro que se oye mucho en la actualidad es “La Parábola del padre misericordioso”, pero si me lo permitís, os voy a dar un tercero para fijarnos más en uno de los protagonistas, que probablemente también nos podamos identificar con él, “La Parábola del hijo amargado e insatisfecho”. Esto quizás nos haga descubrir los signos que podamos tener en nuestro corazón de insatisfacción o de cierta amargura. Y entonces nos va a ayudar y nos va a hacer mucho bien.

Yo os diría que si podéis hagáis oración con esta parábola en tres distintas, poniéndonos en el lugar de cada uno.
(...)
A mi me ayuda muchísimo hacer una oración de contemplación del padre esperando cada día el regreso de su hijo. La paciencia, la esperanza y el amor del padre al final tienen su recompensa.
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Cada día de tu vida, Dios te está esperando con los brazos abiertos, como hizo con el hijo pródigo.